"Nada es para siempre"
Su vista iba de aquellas malgastadas hojas del libro
hacia la estufa que estaba completamente llena. Si bien era cierto que no había
quemado el agua cuando intentaba cocinar —al menos no aún—, también era bien
sabido que no tenía aquellas dotes culinarias que tanto desearía. No que se le
quemara el estofado o los postres de los que sobrevivía cada cierto tiempo
cuando su estabilidad monetaria no daba para pedir comida rápida de algún
restaurant o parecido y aún así tenía que observar algún libro de recetas de la
abuela Deisy y verse como un estúpido midiendo las porciones en una taza como
lo decía en el libro, intentando no pasarse para que al menos resultara un
tanto comestible.
Con un pequeño puñito de sal en sus manos y terminarlo
de esparcirlo por la sopa que preparaba puso la tapa a la olla y terminó
calculando el tiempo mientras se dignaba a ver a su chiquillo.
Ya habían pasado varios días desde que había vuelto a su
casa y después de mimar al pequeño todo ese día y el anterior las cosas
parecían mejorar según a su ver. Al final, Tom se daba cuenta de que sus
intenciones no eran malas y le agradecía; se esforzaba tanto en hacerle ver que
no le violaría o le maltrataría, que quería su bien y verle feliz que al
parecer al fin comienza a convencerse y a abrirse un poco más.
De monosílabos o bisílabos en algunos casos, Bill ya
podía hacer una muy pequeña pero amena charla cada que podía, preguntándole
varias cosas, brindándole confianza y cariños… de todo tipo.
Bill e incluso Tom eran ya adolescentes, el primero más
maduro pero con cierta tensión sexual y Tom con las hormonas alborotadas y
cierta curiosidad natural que a ambos provocaba. El único problema era que el
más pequeño en aquella situación obvia —estando secuestrado— era muy difícil
que no temiera a cualquier arrebato del pelinegro.
Habían roces, besos tanto tiernos, pequeños, rápidos,
húmedos y cargados de lujuria que desprevenían al rubio; caricias e incluso
hace unos días toques un tanto subidos de tono que como siempre, terminaron
gustando a Tom a la fuerza. Todo aquello haciendo sonreír a Bill quien estaba
ansioso, pues Tom daba señales de querer mostrarse un poco menos sumiso… o eso
esperaba.
Subió tranquilamente las escaleras y abrió la puerta de
la habitación que ahora pertenecía a Tom, encontrándolo dormido con su cuerpo
acaparando prácticamente toda la cama. Lentamente se acercó y le admiró
detenidamente.
Sus largas pestañas adornando aquellos párpados que se
veían con un tenue color rosado acompañando sus mejillas y aquellos carnositos
labios que brillaban, contrastando su bronceada pero a la vez pálida piel. Era
un sueño y no podía evitar suspirar al verle. Cada segundo, cada día… tampoco
podía evitar sentir aquellas mariposas en el estómago cada que le veía o que a
Tom se le salía una sonrisa dedicada a él. Una emoción le embargaba cada que
hablaba aunque sea sólo unas cuantas palabras… y disfrutaba tanto en su
compañía, no sólo sexualmente, pues nunca le había hecho suyo y sin embargo ahí
estaba, un placer muy diferente a cualquier placer sexual que haya vivido.
Sólo Tom.
Tocó sus labios con los suyos propios, volviendo a
saborear aquel sabor que tan loco le volvía, sintiendo al contrario removerse y
abrir los ojos lentamente. Terminó por besarlo sonriendo en el proceso y al
otro quedarse, como siempre, petrificado.
Con lamerle el labio inferior y morderlo un poco y
separarse—. Ya está lista la comida Tom.
—Okay, hum… Gra-Gracias.
Bill sonrió—. Anda, vamos.
Bajaron tomados de las manos o más bien un Tom jalado
por Bill. Un pelinegro feliz y un rubio sonrojado y enojado. Tomando en cuenta
de que siempre que despertaba estaba un poco de mal humor –tan sólo un poco-
también estaba el hecho primero. No sabía qué pasaba, aunque no le tomaba tanta
importancia dado que desde hace varias semanas que había estado secuestrado, su
mundo se vino abajo y hacía cosas que jamás se imaginó, aquí entra el sonrojo,
por ejemplo. Cada acción o cada roce, después de que le tocase o cuando le
acariciaba tiernamente, ahí estaba. Y eso le frustraba… Claro que también
temía, era una balanza donde no sabía qué pesaba más de todo aquello.
Tom terminó sorprendido. No se asemejaba a un restaurant
cinco estrellas donde los chefs fuesen unos honorables graduados con años de
experiencia y sean considerados unos de los mejores de todo el país. Pero aquel
aperitivo y el postre eran comestibles y ayudados de su insaciable hambre que
le daba últimamente había estado bastante bien aquello. Elogió a Bill.
—¡Sí, sí, sí! —chilló con emoción. Sus brazos se alzaron
los suficientes con un puño bastante cerrado y su cuerpo comenzó a moverse en
forma de una victoria… Algo bastante cómico según expresaban las tenues
carcajadas del pequeño Tom—. Me alegro que te gustara. Digo, es un gran logro
cuando casi no cocino… pero es genial saberlo. Uhm… Tom...
El nombrado le miró con atención—. Dime.
—Eh… verás, ¿Recuerdas que salí esta mañana? —El pequeño
asintió—. Pues… te traje un regalito.
—¡¿En serio?¿Qué es?!
—Espérame en la sala y pon una película, ahora mismo lo
traigo.
Al terminar de escucharle asintió rápidamente mientras
casi corría a la sala y obedecía a Bill, una parte de él no quería hacerlo
enojar por miedo a que todo aquel amor con el que le tratara se fuera al caño y
terminara por descuartizarlo, pero cierto también que actuaba normalmente y esa
extraña emoción le hacía olvidarse del temor y sonreír ante su supuesta
sorpresa.
Le vio acercarse después de un rato con algo en las
manos. Al momento de tenerlo cerca se percató de una canasta con unas mantas
dentro.
¿Una canasta? Se decepcionó un poco.
—¿Una canasta, Bill? Bueno, supongo que es bonita…
¿Gracias?
Bill soltó una risita—. Es para que la lleves cuando
salgas a comprar tus verduras o frutas al mercado… ¡Es muy útil! —La mirada de
incredulidad de Tom se reflejó a un kilómetro a la redonda, haciendo reír más a
Bill—. ¡Tonto! Es broma, no sé ni para qué te sirva esa mierda de hecho, así
que si fuese tú vería qué tiene adentro… digo, es mi opinión personal.
Un apresurado adolescente comenzó a revisar adentro de
la pequeña canastita volviendo con sus ilusiones y esperanzas, sintiendo una
bolita que pronto destapó, visualizando algo peludito y chiquito. Lo sacó.
—¿Un perrito? —Su sonrisa podría jurar que llegaba hasta
sus orejas, se le veía feliz y muy ilusionado.
—No Tommy, es un conejo con cola diferente, vele bien,
es un espécimen raro. —Se ganó una mirada fulminante—. Oh, qué poco sentido del
humor tienes pequeño. —Suspiró—. Pensé que te gustaría y sería buena idea…
—Me encantó Bill, gracias.
Pronto le abrazó fuertemente con el pequeño cachorro entre
ambos, que aún medio dormido comenzaba a lamer la mano en la que reposaba
tranquilamente y comenzando a tomar cariño a sus nuevos dueños.
—Tommy… escúchame. —Tom le vio a los ojos, perdiéndose
en ellos y escuchándolo bien por primera vez—. Yo no quiero lastimarte, tampoco
quiero que me temas o huyas de mí. Quiero que seas tú, que te sientas tranquilo
y cómodo.
El pequeño dejó a un lado el perrito, quien rápido se
acurrucó buscando más calor—. Entiéndeme un poco… Esto me da temor y no por ti
sino por la situación. Sé que no eres violento, sé que me cuidas y me proteges,
que no me has hecho daño todo lo contrario: me mimas. Pero es difícil.
—Lo sé Tom, por eso te pido que confíes más en mí… Jamás
te haré daño, no porque yo lo provoque o lo quiera… —Sus rostros se fueron
juntando más por acción de Bill quien como siempre, dejó a Tom perplejo sin
saber qué hacer, intentando controlar sus miedos y sus nervios, le miró a los
ojos—. Tom jamás olvides… Nada dura para siempre.
Y le besó. Un beso lleno de sentimientos y hambre, se
dejó hacer como siempre, pero algo le rondaba en la cabeza: Nada dura para
siempre.
¿Querrá decir algo Bill con esto? ¡Gracias por leer!
Alguna crítica o algo así, es bien recibida y agradecida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario