domingo, 7 de julio de 2013

Empacando Fantasías - Capítulo 24

"Calentón"



La idea era sólo tomar un poco de café, sin embargo el gruñido de ambos estómagos daban a notar que querían algo más que líquido en ellos, haciendo que las muy exigentes dotes culinarias de Bill salieran a flote para al menos llenarse con algunas tostadas y huevos que encontró arrumbados por ahí.

Puede que no fuera el desayuno más saludable pero el hambre y ansiedad se habían pasado. Aún era temprano cuando terminaron y Bill decidió irse a dormir un poco más, dado que su sueño matutino había sido interrumpido por su exigente vejiga y la pesadilla de Tom. No que se quejase —al contrario—, sólo que aún faltaban mínimo dos horas más de las necesarias para su sueño de belleza.

Confiando en que el pequeño no quemaría la casa se recostó en la mullida cama y no supo más de él en toda la tarde.

Tom aún sentía un poco de temor hacia Bill. No de la noche a la mañana le tendría confianza, tan sólo se auto-convencía que el de cabellos negros no lo mataría o descuartizaría. Aún así intentaba ser precavido pese a todo. 

Se quedó tumbado en el sofá minutos después de ver como el mayor caminaba rumbo a su habitación y se perdía al final de las escaleras. Su antebrazo cubría sus ojos y suspiraba de vez en vez. Desde pequeño usaba esa técnica la cual le enseñó su madre para mantenerse tranquilo y hasta ese momento le había servido perfectamente, se alegró que esa vez no haya sido una excepción.

Estaba absorto en sus pensamientos y sintió un par de colmillos incrustarse en sus dedos. Quitó su mano y observó arriba de su cabeza una pequeña bola de pelos intentar arrancarle algún dígito y divertirse en su, totalmente, fallido intento. Eso y sumando los pequeños gruñidos de Orejitas —nombre que le había puesto al cachorro—, le hacían reír estrepitosamente.

Volteó hasta quedar pansa abajo y siguió jugando un poco con el perro—. ¿Así que quieres jugar, uh? ¡No podrás contra mí, Orejón! —Tomó a su mascota y en un rápido movimiento le volteó para acariciar su pancita y jugar con él, molestándolo—. ¿Qué te parece si aprovechamos que el psicótico secuestrador está durmiendo y salimos un poco al jardín?
Como si el perro hubiese entendido exactamente, salió corriendo despavorido hacia el jardín, con un Tom corriendo tras él.

Para ser casi medio día el sol no se asomaba por ninguna parte, en cambio nubes grisáceas adornaban el cielo y amenazaban con provocar una tormenta de aquellas.

Tom lanzaba la pelotita de Orejitas lejos obligando a éste a ir por ella y traerla corriendo, era pequeño y como buen padre quería educar a su pequeño hijo desde temprano. Según sus pensamientos.

El tiempo se pasaba volando y ambos cansados —Tom y su hijo—, se encontraban sentados en medio del gran jardín. Una gota cayó, luego otra y otra hasta que la pequeña llovizna se hizo una verdadera lluvia. Antes de que sus finas pelusas se mojaran más de lo debido y terminara empapado, la diva Orejitas se había metido rápidamente a la casa dejando abandonado a su dueño que estaba sumergido en sus pensamientos.

Recordaba su infancia. Aquel juguete de felpa que su mamá le regaló desde pequeño o las películas que siempre, cada fin de semana, veía con ella. La extrañaba tanto. Sus comidas, incluso la música que ella escuchaba y que él tanto le reñía, moría por escucharla de nuevo sólo un poco. Pero ahora ya nada de eso vivía, aún tenía un poco de esperanza que algún día se libraría de su loco secuestrador, olvidaría lo ocurrido y viviría feliz con su madre hasta que se enamorara de una buena chica y le diera 3 nietos y un gato. Dudaba olvidar a Bill, dejar de tener miedo pero por sobre todo, salir pronto de ahí.

Una brisa cubrió el cuerpo del menor haciéndolo tiritar, fue entonces cuando se percató de lo empapado que estaba y, al parecer, desde hace mucho tiempo bajo la fuerte lluvia.

Abrazándose a sí mismo emprendió camino adentro de la casa cerrando por fin puertas y ventanas. Apenas entró lo cálido del “hogar” le recibió relajándolo al instante. Tenía frío aún y tenía que cambiarse el atuendo, quizá darse un baño rápidamente pero un pequeño cachorro interrumpió su camino poniéndose frente a él con un pequeño hueso de goma, juguete que le había regalado Bill el día de ayer.

Orejitas era para Tom como el gato de Shrek pero en perro, con aquella pelusa entre blanca y café clara cubriéndolo y sus orejas enormes casi llegando hasta el suelo —un poco exagerado aunque no para la perspectiva de Tom— y aquellos hermosos ojitos café dilatándose lo que para él era mucho, queriendo jugar con él. Nadie podría resistirse a esa bola de pelos con patas, al menos no el menor.

Riendo tomó el juguete y comenzó a lanzarlo no tan lejos haciendo que el perro fuera tras él, regresar y luchar con él intentando quitárselo. O tal vez hacer que se cayera dificultándole el paso y taparle los ojos y cabrearlo con las manos. Tom amaba hacerlo enojar.

El tiempo había pasado y sus ropas casi se secaron, aún estaban muy frías y húmedas, pero al menos ya no escurrían y él seguía jugando antes de ser atacado por estornudos. Decidió que estaba bueno de tanto juego y obligó a su hijo a dormir su siesta diaria aprovechando el clima y él subió a darse una merecida ducha, antes de que cayera enfermo.

Tardó un poco más de lo que le hubiese gustado en la bañera, no que se quedara dormido pero casi. El agua estaba para él deliciosa y se obligó a estar ahí hasta que comenzó a enfriarse al igual que su piel. Se acomodó una bata de baño y se dispuso a ir a dormir un poco. Él también se había desvelado al igual que Bill, no por su culpa, pero al fin se había tenido que desvelar, todo por culpa de sus testosteronas, o lo que fuese.

No se vistió, no más que unos bóxers y con bata de baño se arropó para dormir un poco esa tarde.


~~


Se oyó un trueno atravesar el cielo entero haciendo iluminar el cielo, aún si no fuese muy tarde. El ruido despertó a Bill quien casi se cae de la cama del susto que pegó. Nunca le gustaron las tormentas, o la lluvia, especialmente por eso, por los truenos y relámpagos.

—Mierda, siento que en cualquier momento produciré más electricidad corporal de la normal y atraeré un rayo seguro.

Calzó sus zapatos y se cubrió con un sweáter que encontró por ahí. Fue a ver a Tom. Su habitación estaba a uno metros de la suya, no tardó en llegar. Tocó un par de veces pero no recibió respuesta, se aventuró a entrar. Estaba comenzando a oscurecer y la habitación estaba un poco iluminada. Vio la cama y a un pequeño bulto en ella.

Se removía mucho y jadeaba un poco. Sonrió.

Se acercó sigilosamente con la idea de averiguar si se trataba del mismo moustro come ojos u otra cosa.

—Tommy… —Bill canturreó en voz baja, destapando a Tom y viéndole medio desnudo con sólo una bata de baño y su cabello aún húmedo, al igual que su cuerpo pero éste debido al sudor. Frunció el ceño—. ¿Tommy qué…? —Tocó su frente encontrándola hirviendo. Quizá podría freír algún tocino en él y estaría en minutos—. ¡Por la ostia, Tom, tienes fiebre!

—N-No… ahh n-no —Gemía apenas.

Bill le miró preocupado. Era obvio que no estaba excitado. Ahora tendría que hacer uso de sus casi nulos conocimientos médicos o remedio caseros. Recordó tener un botiquín en el baño, corrió por él.

No era momento de romper jarabes o medicamentos en su desesperación porque después se podía arrepentir, pero eso no impedía que buscara rápidamente algún termómetro. Encontró uno y rápidamente lo metió a la boca de Tom esperando para ver en qué grado se encontraba. Desgraciadamente al retirarlo casi se desmaya del susto al ver que tenía 39 y medio. Quizá sólo eran tres grados más altos de lo normal, sí, casi nada salvo que medio grado más y en un descuido diría «adiós Tom».

Corrió a quitar las sábanas que quedaban encima de Tom así como la bata, dejándolo sólo en interiores. Bajó rápidamente a la cocina tomando una olla y llenándola de agua fresca. Del baño un par de toallas y comenzó a poner paños húmedos en la frente del menor así como en su estómago. Mojó sus pies con alcohol —honestamente no sabía para qué servía eso, pero recordaba a su madre hacerle aquello cuando se encontraba en similares condiciones— y corrió de nuevo al baño a llenar la bañera con agua tibia. No era momento de entrar en pánico.

—Tom… Tom vamos, despierta un poco, pequeño. —El pequeño rubio casi no reaccionaba lo cual comenzaba a desesperarle. Siguió dándole pequeñas palmadas a su rostro hasta que abrió apenas los ojos.

Le miró y le temió.

—¡N-No, no me ha-hagas nada, p-por favo-or! —Una mueca de terror atravesó el rostro del menor, quien intentó retroceder si no fuese por el fuerte agarre de Bill.

Éste se sintió quebrar ante su reacción, aún así, sonrió—. Oh pequeño, no te haré nada… mira, si te tomas esto, juro dejarte en paz.

Le mostró una pastilla que encontró en su botiquín la cual era para fiebre e intentó dársela, sólo quería que la tomara.

Tom dudó—. ¿N-No me sec-cuestrarás?

—No lo haré, sólo tómate la pastilla ¿Sí? —Sonrió cuando segundos después el pequeño tomó la pastilla rápidamente antes de volver a alejarse. Aún deliraba, eso era evidente—. Me iré, descansa.

Vio al niño aliviarse inconscientemente e hizo como que abandonaba la habitación, quedándose cerca. No lo veía y él tenía que cuidarlo.

—Mamá… mami… a-ayúdame má… —Balbuceaba y se retorcía en la cama de un lado hacia el otro sudando completamente.

Bill cambiaba los paños continuamente mojándolos cada 5 minutos mínimo y Tom no parecía mejorar, al menos no a los ojos de Bill. Los minutos pasaron aún más rápido y seguía mojando la frente de menor una y otra vez y cada media hora volvía a poner el termómetro en la boca de éste. Al parecer poco a poco hacía efecto la píldora y la fiebre comenzaba a disminuir.

El más pequeño se había quedado dormido… o inconsciente. Bill no sabía distinguir pero ya no se movía como antes. Ahora estaba tranquilo, su cara se sentía menos caliente pero no lo suficiente.

Volvió a mojar los trapos y los volvió a colocar en la frente del menor. Lo dejó un momento y salió de la habitación. Bajó hasta la cocina para preparar un café. Estaba cansado, y preocupado… por no decir además aterrado. Marcaban las 12 de la noche —tan rápido— y eso se veía para largo.

Tomó una taza y vertió café para luego hacerlo con dos cucharadas de azúcar pequeñas. Bebió un sorbo y luego… se derrumbó. Comenzó a llorar.

Jamás se había presentado situación como esa, no con él de cuidador. Estaba totalmente aterrado y no sabía qué más hacer más que esperar. Podría llevarlo al hospital pero ninguno estaba realmente cerca, respiraba un poco mejor al notar a Tom un poco mejor pero eso no lo dejaba del todo tranquilo. La preocupación le hacía sentir una presión grande en el pecho que no lo dejaba respirar.

Adoraba a Tom. Era un niño que aunque como lo tratase, era extremadamente dulce y tierno. Le quería en verdad y la preocupación le hacía querer morirse. Rezaba todo aquello que no sabía porque se recuperara así hiciera lo que tuviese que hacer. Se tenía que recuperar.

Limpió sus lágrimas y terminó su café. Volvió a subir con Tom quien dormía plácidamente, supuso por el cansancio que todo aquello implicaba y continuó velando por él toda la noche, a su lado, cambiando los paños en su frente hasta que la fiebre bajó. Aún así jamás se apartó de él, ni siquiera cuando el sueño en verdad lo venció y terminó durmiendo en la misma cama, a escasos centímetros de él.


Nunca lo dejó solo.


¡Éste capítulo ya está beteado! Sí, ya he conseguido Beta por fin. *Salta gaymente*
Aprovecho para dar mi más humilde y sincero agradecimiento a la madrina de Orejitas y la que aceptó betear mis "creaciones", Kimiko.
¡Muchas gracias a ella por ésto y a ustedes por leer! 

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