"Calentón"
La idea era sólo tomar un poco de café, sin embargo el
gruñido de ambos estómagos daban a notar que querían algo más que líquido en
ellos, haciendo que las muy exigentes dotes culinarias de Bill salieran a flote
para al menos llenarse con algunas tostadas y huevos que encontró arrumbados
por ahí.
Puede que no fuera el desayuno más saludable pero el
hambre y ansiedad se habían pasado. Aún era temprano cuando terminaron y Bill
decidió irse a dormir un poco más, dado que su sueño matutino había sido
interrumpido por su exigente vejiga y la pesadilla de Tom. No que se quejase
—al contrario—, sólo que aún faltaban mínimo dos horas más de las necesarias
para su sueño de belleza.
Confiando en que el pequeño no quemaría la casa se
recostó en la mullida cama y no supo más de él en toda la tarde.
Tom aún sentía un poco de temor hacia Bill. No de la
noche a la mañana le tendría confianza, tan sólo se auto-convencía que el de
cabellos negros no lo mataría o descuartizaría. Aún así intentaba ser precavido
pese a todo.
Se quedó tumbado en el sofá minutos después de ver como
el mayor caminaba rumbo a su habitación y se perdía al final de las escaleras.
Su antebrazo cubría sus ojos y suspiraba de vez en vez. Desde pequeño usaba esa
técnica la cual le enseñó su madre para mantenerse tranquilo y hasta ese
momento le había servido perfectamente, se alegró que esa vez no haya sido una
excepción.
Estaba absorto en sus pensamientos y sintió un par de
colmillos incrustarse en sus dedos. Quitó su mano y observó arriba de su cabeza
una pequeña bola de pelos intentar arrancarle algún dígito y divertirse en su,
totalmente, fallido intento. Eso y sumando los pequeños gruñidos de Orejitas
—nombre que le había puesto al cachorro—, le hacían reír estrepitosamente.
Volteó hasta quedar pansa abajo y siguió jugando un poco
con el perro—. ¿Así que quieres jugar, uh? ¡No podrás contra mí, Orejón! —Tomó
a su mascota y en un rápido movimiento le volteó para acariciar su pancita y
jugar con él, molestándolo—. ¿Qué te parece si aprovechamos que el psicótico
secuestrador está durmiendo y salimos un poco al jardín?
Como si el perro hubiese entendido exactamente, salió
corriendo despavorido hacia el jardín, con un Tom corriendo tras él.
Para ser casi medio día el sol no se asomaba por ninguna
parte, en cambio nubes grisáceas adornaban el cielo y amenazaban con provocar
una tormenta de aquellas.
Tom lanzaba la pelotita de Orejitas lejos obligando a
éste a ir por ella y traerla corriendo, era pequeño y como buen padre quería
educar a su pequeño hijo desde temprano. Según sus pensamientos.
El tiempo se pasaba volando y ambos cansados —Tom y su
hijo—, se encontraban sentados en medio del gran jardín. Una gota cayó, luego
otra y otra hasta que la pequeña llovizna se hizo una verdadera lluvia. Antes
de que sus finas pelusas se mojaran más de lo debido y terminara empapado, la
diva Orejitas se había metido rápidamente a la casa dejando abandonado a su
dueño que estaba sumergido en sus pensamientos.
Recordaba su infancia. Aquel juguete de felpa que su
mamá le regaló desde pequeño o las películas que siempre, cada fin de semana,
veía con ella. La extrañaba tanto. Sus comidas, incluso la música que ella
escuchaba y que él tanto le reñía, moría por escucharla de nuevo sólo un poco.
Pero ahora ya nada de eso vivía, aún tenía un poco de esperanza que algún día
se libraría de su loco secuestrador, olvidaría lo ocurrido y viviría feliz con
su madre hasta que se enamorara de una buena chica y le diera 3 nietos y un
gato. Dudaba olvidar a Bill, dejar de tener miedo pero por sobre todo, salir
pronto de ahí.
Una brisa cubrió el cuerpo del menor haciéndolo tiritar,
fue entonces cuando se percató de lo empapado que estaba y, al parecer, desde
hace mucho tiempo bajo la fuerte lluvia.
Abrazándose a sí mismo emprendió camino adentro de la
casa cerrando por fin puertas y ventanas. Apenas entró lo cálido del “hogar” le
recibió relajándolo al instante. Tenía frío aún y tenía que cambiarse el
atuendo, quizá darse un baño rápidamente pero un pequeño cachorro interrumpió
su camino poniéndose frente a él con un pequeño hueso de goma, juguete que le
había regalado Bill el día de ayer.
Orejitas era para Tom como el gato de Shrek pero en
perro, con aquella pelusa entre blanca y café clara cubriéndolo y sus orejas
enormes casi llegando hasta el suelo —un poco exagerado aunque no para la
perspectiva de Tom— y aquellos hermosos ojitos café dilatándose lo que para él
era mucho, queriendo jugar con él. Nadie podría resistirse a esa bola de pelos
con patas, al menos no el menor.
Riendo tomó el juguete y comenzó a lanzarlo no tan lejos
haciendo que el perro fuera tras él, regresar y luchar con él intentando
quitárselo. O tal vez hacer que se cayera dificultándole el paso y taparle los
ojos y cabrearlo con las manos. Tom amaba hacerlo enojar.
El tiempo había pasado y sus ropas casi se secaron, aún
estaban muy frías y húmedas, pero al menos ya no escurrían y él seguía jugando
antes de ser atacado por estornudos. Decidió que estaba bueno de tanto juego y
obligó a su hijo a dormir su siesta diaria aprovechando el clima y él subió a
darse una merecida ducha, antes de que cayera enfermo.
Tardó un poco más de lo que le hubiese gustado en la
bañera, no que se quedara dormido pero casi. El agua estaba para él deliciosa y
se obligó a estar ahí hasta que comenzó a enfriarse al igual que su piel. Se
acomodó una bata de baño y se dispuso a ir a dormir un poco. Él también se
había desvelado al igual que Bill, no por su culpa, pero al fin se había tenido
que desvelar, todo por culpa de sus testosteronas, o lo que fuese.
No se vistió, no más que unos bóxers y con bata de baño
se arropó para dormir un poco esa tarde.
~~
Se oyó un trueno atravesar el cielo entero haciendo
iluminar el cielo, aún si no fuese muy tarde. El ruido despertó a Bill quien
casi se cae de la cama del susto que pegó. Nunca le gustaron las tormentas, o
la lluvia, especialmente por eso, por los truenos y relámpagos.
—Mierda, siento que en cualquier momento produciré más
electricidad corporal de la normal y atraeré un rayo seguro.
Calzó sus zapatos y se cubrió con un sweáter que
encontró por ahí. Fue a ver a Tom. Su habitación estaba a uno metros de la
suya, no tardó en llegar. Tocó un par de veces pero no recibió respuesta, se
aventuró a entrar. Estaba comenzando a oscurecer y la habitación estaba un poco
iluminada. Vio la cama y a un pequeño bulto en ella.
Se removía mucho y jadeaba un poco. Sonrió.
Se acercó sigilosamente con la idea de averiguar si se
trataba del mismo moustro come ojos u otra cosa.
—Tommy… —Bill canturreó en voz baja, destapando a Tom y
viéndole medio desnudo con sólo una bata de baño y su cabello aún húmedo, al
igual que su cuerpo pero éste debido al sudor. Frunció el ceño—. ¿Tommy qué…?
—Tocó su frente encontrándola hirviendo. Quizá podría freír algún tocino en él
y estaría en minutos—. ¡Por la ostia, Tom, tienes fiebre!
—N-No… ahh n-no —Gemía apenas.
Bill le miró preocupado. Era obvio que no estaba
excitado. Ahora tendría que hacer uso de sus casi nulos conocimientos médicos o
remedio caseros. Recordó tener un botiquín en el baño, corrió por él.
No era momento de romper jarabes o medicamentos en su desesperación
porque después se podía arrepentir, pero eso no impedía que buscara rápidamente
algún termómetro. Encontró uno y rápidamente lo metió a la boca de Tom
esperando para ver en qué grado se encontraba. Desgraciadamente al retirarlo
casi se desmaya del susto al ver que tenía 39 y medio. Quizá sólo eran tres
grados más altos de lo normal, sí, casi nada salvo que medio grado más y en un
descuido diría «adiós Tom».
Corrió a quitar las sábanas que quedaban encima de Tom
así como la bata, dejándolo sólo en interiores. Bajó rápidamente a la cocina
tomando una olla y llenándola de agua fresca. Del baño un par de toallas y
comenzó a poner paños húmedos en la frente del menor así como en su estómago.
Mojó sus pies con alcohol —honestamente no sabía para qué servía eso, pero
recordaba a su madre hacerle aquello cuando se encontraba en similares
condiciones— y corrió de nuevo al baño a llenar la bañera con agua tibia. No
era momento de entrar en pánico.
—Tom… Tom vamos, despierta un poco, pequeño. —El pequeño
rubio casi no reaccionaba lo cual comenzaba a desesperarle. Siguió dándole
pequeñas palmadas a su rostro hasta que abrió apenas los ojos.
Le miró y le temió.
—¡N-No, no me ha-hagas nada, p-por favo-or! —Una mueca
de terror atravesó el rostro del menor, quien intentó retroceder si no fuese
por el fuerte agarre de Bill.
Éste se sintió quebrar ante su reacción, aún así,
sonrió—. Oh pequeño, no te haré nada… mira, si te tomas esto, juro dejarte en
paz.
Le mostró una pastilla que encontró en su botiquín la
cual era para fiebre e intentó dársela, sólo quería que la tomara.
Tom dudó—. ¿N-No me sec-cuestrarás?
—No lo haré, sólo tómate la pastilla ¿Sí? —Sonrió cuando
segundos después el pequeño tomó la pastilla rápidamente antes de volver a
alejarse. Aún deliraba, eso era evidente—. Me iré, descansa.
Vio al niño aliviarse inconscientemente e hizo como que
abandonaba la habitación, quedándose cerca. No lo veía y él tenía que cuidarlo.
—Mamá… mami… a-ayúdame má… —Balbuceaba y se retorcía en
la cama de un lado hacia el otro sudando completamente.
Bill cambiaba los paños continuamente mojándolos cada 5
minutos mínimo y Tom no parecía mejorar, al menos no a los ojos de Bill. Los
minutos pasaron aún más rápido y seguía mojando la frente de menor una y otra
vez y cada media hora volvía a poner el termómetro en la boca de éste. Al
parecer poco a poco hacía efecto la píldora y la fiebre comenzaba a disminuir.
El más pequeño se había quedado dormido… o inconsciente.
Bill no sabía distinguir pero ya no se movía como antes. Ahora estaba
tranquilo, su cara se sentía menos caliente pero no lo suficiente.
Volvió a mojar los trapos y los volvió a colocar en la
frente del menor. Lo dejó un momento y salió de la habitación. Bajó hasta la
cocina para preparar un café. Estaba cansado, y preocupado… por no decir además
aterrado. Marcaban las 12 de la noche —tan rápido— y eso se veía para largo.
Tomó una taza y vertió café para luego hacerlo con dos
cucharadas de azúcar pequeñas. Bebió un sorbo y luego… se derrumbó. Comenzó a
llorar.
Jamás se había presentado situación como esa, no con él
de cuidador. Estaba totalmente aterrado y no sabía qué más hacer más que
esperar. Podría llevarlo al hospital pero ninguno estaba realmente cerca,
respiraba un poco mejor al notar a Tom un poco mejor pero eso no lo dejaba del
todo tranquilo. La preocupación le hacía sentir una presión grande en el pecho
que no lo dejaba respirar.
Adoraba a Tom. Era un niño que aunque como lo tratase,
era extremadamente dulce y tierno. Le quería en verdad y la preocupación le hacía
querer morirse. Rezaba todo aquello que no sabía porque se recuperara así
hiciera lo que tuviese que hacer. Se tenía que recuperar.
Limpió sus lágrimas y terminó su café. Volvió a subir
con Tom quien dormía plácidamente, supuso por el cansancio que todo aquello
implicaba y continuó velando por él toda la noche, a su lado, cambiando los
paños en su frente hasta que la fiebre bajó. Aún así jamás se apartó de él, ni
siquiera cuando el sueño en verdad lo venció y terminó durmiendo en la misma
cama, a escasos centímetros de él.
Nunca lo dejó solo.
¡Éste capítulo ya está beteado! Sí, ya he conseguido Beta por fin. *Salta gaymente*
Aprovecho para dar mi más humilde y sincero agradecimiento a la madrina de Orejitas y la que aceptó betear mis "creaciones", Kimiko.
¡Muchas gracias a ella por ésto y a ustedes por leer!
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